Santiago

Extraño y familiar. Esta sensación mixta tendrá sin duda, después de muchas horas en avión, cuando se siente en la Plaza de Armas, la plaza principal de Santiago de Chile, y de un vistazo a su alrededor. Extraño, por ejemplo, es que aquí en el hemisferio sur, las estaciones del año son al revés. Quizás partió en medio del gris otoño europeo y ahora se encuentra en la más radiante primavera. Al mediodía, el sol está en el norte pero ya es capaz de calentarle fiablemente. El ambiente le recuerda a Europa: arcadas españolas, palacios amononados, en la esquina un edificio moderno de cristal y espejos al lado de la catedral neo-clasicista. Familiar también el aspecto de la gente: ¿típicos latinos? No, falsa alarma. Los santiaguinos parecen no muy distintos de los habitantes de Frankfurt, Roma o Londres: yuppies apurados en trajes de diseño, chicas escolares que ríen a carcajadas, oficinistas en su uniforme gris, mujeres managers pisando fuerte y con el celular pegado a la oreja.

En la plaza, usted está en el ojo del huracán. Mientras dos cuadras más allá reina el ajetreo de la metrópolis, aquí la gente cae en la cuenta de deambular, mirar por los hombros de los jugadores de ajedrez o escuchar a un cuarteto de cuerda. El cliché de una metrópolis latinoamericana caótica resulta falso, aquí todo sucede tranquilo y civilizado. No hay mendigos que le pidan dinero, tampoco taxistas que le toquen la bocina, a lo más un vendedor ambulante lo intenta con su bisutería barata. Ni siquiera una muestra del temperamento extrovertido que, por ejemplo, caracteriza a los argentinos. Probablemente, al principio no entenderá mucho cuando le hablan los chilenos, aunque piense saber español: aquí encuentra a los maestros del hablar rápido y del comerse sílabas.

Sin embargo, entrará seguido en una conversación con su vecino de banco que está leyendo el periódico o con el vendedor que resulta ser un estudiante de filosofía, y de repente, todo cambia. Los chilenos no importunan a nadie, pero sí son curiosos e interesados en el visitante extranjero. “¿De dónde vienes, a dónde vas?” y “¿Te gusta Chile?” son siempre las primeras preguntas. Y entonces resulta que el cuñado de una tía había vivido en Barcelona como usted, y de repente usted es un amigo y le invitan a un asado el próximo domingo. Durante su viaje de seguro volverá a disfrutar de esta hospitalidad de los chilenos.

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